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Mujeres e
hipertensión

¿Por qué hablar de la Hipertensión Arterial en la mujer por separado de los hombres?

Es menester entender que aunque el diagnóstico de hipertensión esencial puede resultar común a ambos sexos, la mujer presenta escenarios asociados a su género que le son propios y únicos en relación a la hipertensión, tales como: la asociada al uso de anticonceptivos orales; la inducida por el embarazo, y que puede persistir durante el puerperio; la vinculada a circunstancias de reproducción asistida; a la menopausia; y a la terapia de reemplazo hormonal. Esto no significa que la mujer presentará hipertensión de forma recurrente en dichos escenarios, pero de manifestarse, deberán ser atendidos contemplando las particularidades del género en cada etapa.

Muchas encuestas indican que las mujeres temen al cáncer ginecológico por considerarlo la causa de muerte más frecuente, cuando en realidad la principal, en este grupo, es la enfermedad cardiovascular.

En Argentina, 1 de cada 3 mujeres fallece por eventos cardiovasculares usualmente conocidos por la comunidad, como el infarto cardiaco (IAM) o el accidente cerebrovascular (ACV).

En la mujer, el desarrollo de hipertensión arterial está asociado a múltiples factores. Aunque los mecanismos responsables del incremento de la presión arterial en este grupo no son totalmente conocidos, está bien demostrado que existen diferencias en los mecanismos entre hombres y mujeres (y entre las diferentes etapas de la vida).
Por un lado, las hormonas sexuales tienen influencia en los mecanismos por los cuales se desarrollan las enfermedades cardiovasculares. Por otro, existen condiciones vasculares únicas en la mujer, como edad temprana de menopausia, diabetes gestacional, hipertensión durante el embarazo, síndrome ovario poliquístico; además de factores de disfunción vascular propios, como: migrañas, espasmo coronario, vasculitis o Fenómeno Raynaud.
A los estrógenos se les adjudica un papel protector a nivel cardiovascular en la mujer. Sin embargo, en consideración que su expectativa de vida se ha prolongado y que la edad promedio de la aparición de la menopausia se ubica en torno a los 50 años, la mujer vivirá gran parte en ausencia de esta protección. Tras la menopausia, el riesgo de hipertensión arterial y enfermedad cardiovascular se incrementa, no sólo por la disminución de los estrógenos sino porque también en esta etapa resulta más frecuente la aparición de otros factores de riesgo como obesidad y diabetes.

Debe recordarse que las mujeres pueden presentar algunas particularidades en el modo de manifestación de estas enfermedades: sólo 1 de cada 3 tendrá los síntomas típicos de dolor de pecho que tiene el hombre; y un tercio presenta manifestaciones “atípicas” como: cansancio, falta de aire, palpitaciones y dolor de abdomen. Y aunque esta sintomatología no es exclusiva de la enfermedad coronaria, en su pres3encia, se aconseja consultar al médico clínico y al cardiólogo.

En referencia a su tratamiento farmacológico, el mismo debe iniciarse cuando su presión máxima sea mayor o igual a 140 y/o su presión mínima sea igual o mayor a 90 mm Hg (o bien, cuando las cifras sean mayores o iguales a 135/85 mmHg, en caso de existir simultáneamente enfermedad renal, coronaria, síndrome metabólico o diabetes). Respecto del fármaco seleccionado, si bien no hay diferencias en la potencia del efecto antihipertensivo comparativamente con los hombres, es importante destacar que en mujeres fértiles sin un método anticonceptivo seguro, o que se encuentran buscando el embarazo, está contraindicado el uso de inhibidores de la enzima de conversión (IECA) y de bloqueantes de los receptores (ARAII) por el riesgo de efectos teratogénicos ante una eventual gestación. En el caso de mujeres menopáusicas se sugiere el uso de diuréticos tiazídicos, ya que provocan reabsorción de calcio y resultan beneficiosos para la salud ósea. Si bien la mayoría de las pacientes hipertensas requerirán dos o más drogas para controlar adecuadamente sus cifras, el tratamiento siempre deberá ser individualizado por el médico tratante.

Finalmente, los cambios en el estilo de vida como la reducción de peso, la realización de actividad física y mantener una dieta saludable, han demostrado producir una significativa disminución de eventos cardiovasculares, prevenir la osteoporosis y mejorar la sensibilidad a la insulina.

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